
La preocupación suele considerarse algo puramente negativo. Se asocia con la ansiedad, el miedo al futuro y el cansancio mental. Y sí, cuando es excesiva, puede ser paralizante y perjudicial para la salud. Pero… ¿y si te dijera que la preocupación también tiene un lado útil?
La verdad es que, en dosis moderadas, la preocupación puede tener un impacto positivo en nuestro funcionamiento emocional y cognitivo. Aquí tienes dos formas científicamente probadas en las que la preocupación puede ser tu aliada.
1. La preocupación activa el cerebro y motiva a la acción
Cuando nos enfrentamos a una amenaza real o imaginaria, nuestro cerebro entra en modo de alerta. Esta respuesta, a menudo incómoda, tiene un propósito: movilizarnos para resolver los problemas.
Los estudios demuestran que una preocupación moderada puede conducir a una mejor preparación y a una mejor toma de decisiones. Por ejemplo, al anticipar los posibles riesgos, como los efectos de una exposición prolongada al sol, somos más propensos a tomar medidas preventivas, como aplicar regularmente protector solar.
La investigadora Kate Sweeny, de la Universidad de California, ha descubierto que este tipo de preocupación está asociada con la capacidad de planificación, la toma de decisiones ponderadas y comportamientos más responsables en materia de salud.
La ansiedad y la preocupación crónica pueden ser disfuncionales, pero un cierto grado de preocupación es cognitivamente beneficioso: nos obliga a reflexionar, a prever las consecuencias y a actuar de forma proactiva.
2. La preocupación como «amortiguador emocional»
¿Sabías que preocuparse puede ayudarte a afrontar mejor las malas noticias?
Preocuparse tiene una función interesante: nos permite simular mentalmente escenarios negativos, preparando al cerebro para lo peor. Esto puede reducir el impacto emocional cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles.
En psicología, este fenómeno se conoce como «bracing», es decir, el acto de prepararse emocionalmente para las malas noticias. Los estudios demuestran que las personas que se preocupan moderadamente tienden a recuperarse más rápidamente de los acontecimientos negativos porque ya han «probado» emocionalmente esos escenarios.
Además, la preocupación crea un contraste emocional que puede hacer que las experiencias positivas sean aún más agradables. Después de períodos de tensión y ansiedad, una risa o un momento feliz tienden a percibirse con mayor intensidad, como si el cerebro dijera: «¡Por fin, un respiro!». Este efecto se ha observado en estudios sobre la amplificación emocional en contextos de contraste afectivo.
El secreto está en la dosis
Preocuparse demasiado puede paralizarnos, agotarnos y alimentar la obsesión mental. Pero preocuparse muy poco también puede hacernos imprudentes o estar poco preparados.
Lo ideal es encontrar un equilibrio. Un poco de preocupación nos ayuda a ser más conscientes, más preparados y más resistentes. Es como una alarma emocional que no debemos ignorar, pero que tampoco debe sonar las 24 horas del día.
La próxima vez que te sorprendas preocupándote por algo, pregúntate: «¿Esta preocupación me ayuda a actuar o me impide seguir adelante?».
Si es lo primero, tal vez no seas tan pesimista como crees: solo estás utilizando una herramienta natural de tu mente para afrontar la vida.
